lunes, 30 de noviembre de 2009

Ben webster in Europe de Johan Van der Keuke



El paso del tiempo es algo inevitable y hay etapas en la vida en donde ya no podemos hacer todo lo que estabamos acostumbrados, entonces empezamos a recordar y a hacer enfasis en los recuerdos, ya que esto es lo que toda via podemos hacer bueno si se tiene alzheimer no pero si nuestra mente sigue bien, los recuerdos seran los que nos mantienen vivos.
La poetica y el estilo acogedor  lindo del documental hace a este filme algo increible y hermoso.

Por ejemplo tengo a un familiar muy cercano que le esta empezando a pasar esto "mi Abuelo," el tiene un problema desde hace unos años las rodillas de empezaron a fallar y fue lo peor que le pudo pasar ya que el siempre fue una perona muy activa y deportista la cual realmente disfrutaba de caminar explorar y ejercitarse, hace no mas de un año y medio lo operaron de las rodillas, le pusieron protesis de rodillas para que pudiera caminar otra vez, y por desgracia las protesis ni las terapias que toma le han ayudado y sigue caminando con una andadera; Su infelicidad es super grave por no poder caminar, aunque desde hace unos meses su comportamiento ha cambiado, ya que ahora todo el tiempo cuenta anecdotas del pasado y las puede repetir constantemente ya que como esta viviendo una apoca realmente dificil en la que se tiene que acostumbrar a ya no caminar, su mente solo retiene recuerdos pasados y no acuales ya que su inconciente lo hace mas feliz estando viviendo y recordando sus mejores epocas.

El arte de la improvisación


Tocar el cine como se toca el saxo. Fue el crítico Serge Daney el que mejor supo conceptualizar la vibrante libertad del cine de Johan van der Keuken, quien pronto comprendió que al careo con lo real, a la cita ante el Otro, no se podía acudir con apriorismos o rígidas recetas, sino con humildad y una buena dosis de valentía. Así, el holandés, en su materialista confección de formas pensantes, equilibró en la práctica cinematográfica la importancia de imagen y sonido, bandas aquí muy erógenas, que responden al menor de los estímulos del exterior: existe una estructura, una melodía, una horizontalidad presta a abandonarse por un impulso vertical, por una furia dialéctica, para, luego, quedar retomada a la espera del próximo decurso. Decurso y excurso: con su ya frágil ya brutal frotamiento pretende van der Keuken salvar, en la medida de lo posible, la distancia entre el hombre de la cámara y el hombre ante la cámara. Este cine jazzístico, fragmentario, que se expande y se contrae, se hizo explícito mediante el vínculo creativo entre Keuken y el músico Willem Breuker, pero podría tener un primer padre en el Ben Webster al que el cineasta retratara en un precioso mediometraje que documenta la estancia del músico en Ámsterdam.

Si en su última película, The long holiday (2000), van der Keuken vinculaba el periodo de asueto y viaje a su anunciado fallecimiento (esas “vacaciones prolongadas” a las que hace referencia el título francés del filme subraya mejor esta intención) a causa de un cáncer, al pequeño filme llamado Big Ben/Ben Webster in Europe (1967), bien se le podía haber llamado Las vacaciones de un jazzman. Webster, el ranael bruto, salió a trotar el mundo, espoleado por la muerte de los suyos (la madre y la abuela), y aquí aparece varado, a la espera de lo irremediable –que no tardaría en llegar– en una Europa que lo había acogido con calor y disimulo. En el arranque de su carrera, van der Keuken empezó a ensayar el retrato de niños, primero al ciego Herman, en Blind Kind (1964), luego a la pequeña Beppie, en el filme homónimo de 1965. Dos pequeños que le enseñaron que el Otro puede ser algo más que el objeto de un filme, que éste luce más intensamente (ahí donde las palabras fallan) cuando ese Otro se hace con las riendas del mismo, inscribiendo una subjetividad que compite con la del cineasta. Y dos años después de Beppie, van der Keuken se las vio con otro niño, éste grande, el Ben Webster al que una casera, Mrs. Hartlooper, adopta y mima en Ámsterdam mientras toca el saxo tenor, filma gatos o juega al billar con sus amigos. Si la joven Beppie era “amable y malvada como un simio”, el gran Ben se asemeja a uno de los hipopótamos a los que visita periódicamente en el zoo de la ciudad, en uno de los rituales que lo hicieron famoso entre los vecinos. Webster, la memoria del jazz, el hombre que aprendió tocando con los mejores y en las mejores big bandspara luego labrarse el camino en solitario, sopla con inefable melancolía, aunque la afabilidad no le quepa en el cuerpo y la regale a todo el que se acerque. De este hombre en retirada, van der Keuken pudo aprender para el futuro militante, para cuando se especializase, como resumiría Daney, en las “miserias ocasionadas por el sistema capitalista mundial y las dolencias que acarrean al cuerpo humano”.

Aquí hay un cuerpo doliente, aunque la herida se presienta lejana y demasiado íntima para hacerla pública; espejo, como apuntábamos, del fin de la inscripción del cuerpo del cineasta en su propia obra, cuando filma para no desaparecer, pues la máquina, de tanto sostenerla a pulso, forma ya parte de su estructura ósea. Van der Keuken terminará su carrera filmando el agua hasta arribar a una abstracción disonante; a Webster también le regala aquí un plano acuático en el que se sobreimpresiona una foto de juventud del músico, una invocación que nos acerca al tiempo en su insondable virtualidad. De todas maneras, van der Keuken, Big Ben y el propio Webster, son poco fúnebres. En su último concierto, en 1973, en la localidad holandesa de Leiden, Webster finalizó la famosa actuación dirigiéndose a la entusiasmada audiencia en estos términos: “You are young and growing, I am old and going. So have fun while you can”. Dos semanas después de recordar este carpe diem escuchado en la infancia de Kansas City, el rana moría en Ámsterdam.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario